Olor a diciembre

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¿De dónde viene este olor a humo de leña disuelto en el aire frío del final de la tarde, cuando ya no hay sol pero aún es de día? Es un olor que no parece de ahora, un olor antiguo a inviernos sin calefacción, a esa hora a la que la gente volvía de la aceituna, entrando en la ciudad por los caminos del campo en cuadrillas como de refugiados, con ropa de trabajo y de mucho abrigo, a veces con las botas y los bajos de los pantalones manchados del barro de los olivares. Una rareza de la época de la aceituna era que tomábamos para cenar comida del mediodía, los platos imprescindibles de cuchara que no habíamos podido comer en el campo. En el colegio o en el instituto los otros alumnos contaban los días que faltaban para las vacaciones de Navidad. Nosotros no queríamos que llegaran. Desde los miradores de la ciudad se veían por la mañanas las columnas de humo de las hogueras que encendían los aceituneros en los tajos. Durante años la mayor parte de los que trabajaron en la aceituna fueron emigrantes marroquíes o negros. Se les veía acampados en las estaciones de autobuses, o caminando de un pueblo a otro por los arcenes de las carreteras. Ahora los emigrantes no encuentran trabajo porque la crisis ha empujado a mucha gente autóctona a volver a la aceituna. Dejaron la escuela para irse a ganar dinero en la construcción y ahora se encuentran sin nada. Ese engaño no se lo perdono a los que llevan ya más de treinta años gobernando en mi tierra, favoreciendo el conformismo y el clientelismo, el necio orgullo identitario. Véanse la información de hoy sobre el abismo creciente en los resultados escolares.

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